Marlene D. Memorias
Me decidí a escribir este libro para disipar los numerosos malentendidos que existen sobre mi persona, y para que en el futuro ya nadie se pregunte dónde está la verdad y dónde la mentira. Me interesa ante todo presentar sin deformaciones los distintos episodios de mi vida. Para las personas que me aman y me recordarán. En 1978, Marlene Dietrich rodó Gigoló, de David Hemmings, donde compartió cartel con el andrógino David Bowie. Fue el punto final decepcionante para una carrera que en realidad había acabado treinta años atrás. Después, un día, como Greta Garbo, Merlene cerró la puerta en las narices de la gloria y del mito y se encerró en un piso de tres habitaciones de la avenue Montaigne de París, donde moriría en 1992. Allí escribió su autobiografía, que concluye hablando de la soledad y de su agnosticismo: Qué suerte tienen las personas creyentes, que pueden descargar el peso de sus almas en el regazo de Dios. Yo no puedo hacerlo. Y lo lamento. La última vez que respondió a un periodista fue para decir: A los veinte años, yo no era nada. A los ochenta no soy más que una vieja vulgar. Entre medias he sido actriz. No hay nada más que decir. ¿Nada más? Nada, en efecto, salvo aquella aparición en El ángel azul que Maurice Bardèche y Robert Brasillach describieron tan bien en su Histoire du cinéma: Ronca, descompuesta, encantadora, tan guapa con su revelador y pícaro atuendo, sus muslos admirables, su voz turbia. Es posible que veamos la reposición de sus películas en televisión y es también probable que nos sintamos defraudados hasta que veamos El ángel azul. La magia llegó sólo una vez en su vida. Pero una vez fue suficiente.