La lección de Johanna Van Gogh
Johanna van Gogh enviudó de Theo, quedando al cuidado de su pequeño hijo, de tan solo un año. Recibió, por toda herencia, algo más de cuatrocientos cuadros y unos setecientos dibujos de su cuñado Vincent, un abultado patrimonio sin valor comercial alguno. Para poder vivir de ese legado, Johanna tendría que trabajar con tenacidad, cuestionar los criterios de gusto y cambiar los fundamentos del sistema del arte. En La lección de Johanna, Antonio Ortega recurre a esta y a un sinnúmero de historias más para señalar la necesidad de operar dentro del sistema del arte desde posiciones amateurs, que cuestionen las nociones de autoridad y autoría. Ortega empatiza con Johanna van Gogh del mismo modo que, en la novela o el cine negro, preferimos el encanto amateur del detective frente al carácter profesional del policía (Stoichita). Si en Autogestión (2016) Antonio Ortega presentó diez sospechas entorno a los productos culturales, encontraremos ahora, en estas líneas, nuevos momentos de alerta que, bajo la apariencia de reflexiones fugaces, aspiran a echar raíces en cada lector.