Diario de la guerra del Congo
Por fin se parte. Nos reúnen ante el Hotel Des Chutes, en donde ha establecido su base uno de los grupos mercenarios, y tomamos asiento, sobre cajas de municiones, a bordo de un camión. Voy prensado entre un gigantesco flamenco y una ametralladora reluciente de aceite. El flamenco, cosa increíble en este ambiente, lee parsimoniosamente un libro titulado La vie et L Oeuvre de Sigmund Freud , del que es autor un tal Ernest Jones. Al llegar al río oigo, ahora muy fuerte, el tableteo de las armas automáticas y el seco, distanciado, campanazo de los morteros. Los soldados nativos que nos rodean pertenecen todos a la 5.ª brigada y son bisoños. Hace una semana todavía se encontraban en su acantonamiento de Kitona, a más de mil kilómetros de aquí. No sin amargura me digo que mejor habría hecho siguiendo a la columna que se fue a limpiar el barrio Bruselas I. Aquel sector, por lo menos, tiene bastantes casas y no esta selva opresiva que nos amenaza con su vegetación espesa, impenetrable. Silban los proyectiles y al estruendo se une el de un T-28 que pica una y otra vez, ametrallando las líneas rebeldes. Un mercenario levanta el dedo pulgar y dice, sonriéndome: Olé, Cuba! Los pilotos de ese tipo de aviones, todos lo sabemos, son cubanos y su acción no puede ser más popular, ya que tras sufrir el mazazo de las bombas y de las balas que caen del cielo los simbas suelen mostrarse mucho menos animosos.