Ícaro
Para poder escapar del laberinto en el que los habían encerrado, Dédalo construyó para él y su hijo Ícaro unas alas. Volando serían libres. El entusiasmo de Ícaro al levantar el vuelo hizo que se acercara demasiado al sol, el calor derritió la cera que unía las alas a su espalda y acabó precipitándose al mar, donde murió ahogado.
A lo largo de la historia se ha establecido una relación entre el ser humano y el cielo, entre el deseo de VOLAR y el significado tanto físico como simbólico que conlleva.
Se produce así una dinámica de elementos contrarios y complementarios en el vuelo: lo eterno y ascendente frente a lo perecedero y descendente, la esperanza y angustia del acto de aprender a volar y así elevarse o precipitarse contra el suelo: la vida y la muerte.
Se desea VOLAR para ir de un sitio a otro, aunque muchas veces nos precipitamos al vacío como Ícaro.
Iniciar el vuelo, esa es la poesía.