"Corría el año 390 a. C. La ciudad de Roma estaba en manos de los senones, un pueblo galo que había invadido el Lacio desde el norte. Había sido arrasada sin piedad y sus habitantes, presas del pánico, la habían abandonado o habían perecido defendiéndola. Solo unos pocos resistían atrincherados en (...)
Los ríos siempre han estado ahí, junto a nosotros, frente a nosotros, incluso, como escribiera T. S. Eliot, dentro de nosotros. Quizá no somos ellos, pero sí somos en ellos. Nos han servido de caminos y de fronteras; han saciado nuestra sed y se han teñido con nuestra sangre; nos han traído la (...)